viernes, 28 de octubre de 2011

El tren

-Es muy fuerte- anunció el padre. Como doscientos bueyes de tiro.
El hijo, Simón de la Pava, vio un gran chorro de humo alzándose en el horizonte.
Al rato, apareció la poderosa bestia. Venía creciendo desde lejos. Rugía. Aullaba.
Cuando el niño la vio venir, aterrorizado, quiso escapar; pero el padre no le soltó la mano.
Un chirrido de fierros, largo quejido, y el tren paró. Simón y su padre marcharon desde el
valle de Ibagué hasta la meseta de Bogotá, del calor al fresco y del fresco al frío.
El viaje no terminaba nunca.
Resoplando, muerto de sed, el tren bebía ríos de agua en cada estación. Después, llorando,
sudando vapores por la barriga, continuaba su traqueteo cuesta arriba.
Los pasajeros llegaron a destino extenuados y cubiertos de hollín y de polvo.
Mientras el padre recogía las valijas, Simón se acercó a la locomotora.
Ella jadeaba. Él le dio unas palmaditas de gratitud en el anca caliente.

Bocas del tiempo. Eduardo Galeano.
Fotografía: Jack Delano 




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