Alguno de sus muchos hermanos lo bautizó Garrincha, que es el nombre de un pajarito inútil y feo. Cuando empezó a jugar al futbol, los médicos le hicieron la cruz, diagnosticaron que nunca llegará a ser un deportista
este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomelitis, burro y cojo, con un cerebro infantil, una
columna vertebral hecha una S y las dos piernas torcidas para el mismo lado.
Nunca hubo un puntero derecho como él. En el Mundial del 58 fue el mejor de su puesto. En el Mundial del
62, el mejor jugador del campeonato. Pero a lo largo de sus años en las canchas, Garrincha fue mas: él fue el
hombre que dio mas alegrias en toda la historia del futbol.
Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo, la pelota un bicho amaestrado, el partido,
una invitacion a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota
y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente; él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se
escondía, él se escapaba, ella lo corría. Garrincha ejercía sus picardías de malandra a la orilla de la cancha,
sobre el borde derecho, lejos del centro; criado en los suburbios, en los suburbios jugaba. Jugaba para un club llamado Botafogo, que significa prendefuego, y ése era él; el botafogo que encendía los estadios, loco por el aguardiente y por todo lo ardiente, el que huía de las concentraciones, escapándose por la ventana, porque desde los lejanos andurriales lo llamaba alguna pelota que pedía ser jugada, alguna música que exigía ser bailada, alguna mujer que quería ser besada.
¿Un ganador? Un perdedor con buena suerte. Y la buena suerte no dura. Bien dicen en Brasil que si la
mierda tuviera valor, los pobres nacerían sin culo.
Garrincha murió de su muerte: pobre, borracho y solo.
Manuel Francisco dos Santos o Garrincha o Mané. |
El ángel de las piernas torcidas |
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