miércoles, 7 de marzo de 2012

Jorge Luis borges por Richard Avedon / Jorge Luis Borges by Richard Avedon




“En 1975 llegué a un punto en mi carrera en que no estaba interesado en hacer retratos a personas de poder y fama. Sin embargo, había tres hombres cuyo trabajo admiraba enormemente y cuyo retrato quería realizar: Jorge Luis Borges, Samuel Beckett, y Francis Bacon. Sus retratos involucraron tres tipos diferentes de performance: Borges otorgó una performance infotografiable, Beckett rechazó la performance y Bacon ofreció una performance perfecta.
Fotografío lo que más temo, y Borges era ciego.
Durante el vuelo a Buenos Aires me informan que la madre de Borges, con quién yo sabía que él vivió toda su vida, acababa de morir esa mañana. Asumí que la sesión sería cancelada. Pero él me recibió, como estaba planeado, la tarde siguiente a las cuatro en punto. Llegué a su apartamento y me encontré a mi mismo en la oscuridad. Estaba sentado en una luz gris, en una silla pequeña, y me señaló con su mano que me sentara a su lado. Casi inmediatamente, me dijo que admiraba a Kipling, y me pidió que le leyera. “Ve a la biblioteca y busca el séptimo libro desde la derecha del segundo estante”. Lo hice. Me dijo qué poema de Kipling quería ecuchar –“The Harp Song of the Dane Women”- y se lo leí. Se sumó en algunos pasajes. Me preguntó si yo sabía anglosajón. ¿Qué prefería, leyenda o elegía? Elegía, aventuré. Me explicó, mientras preparaba su recitado, que su difunta madre yacía en la habitación de al lado. Sus manos se crisparon de dolor justo un instante antes de su muerte, explicó, y luego describió cómo él y su sirviente habían estirado cada uno de los dedos de su madre, uno por uno, hasta que sus manos descansaron sobre su pecho. Luego recitó la elegía anglosajona, su voz elevándose y cayendo en el cuarto oscuro.
La primera vez que lo ví en la luz, era mi luz. Me abrumaron los sentimientos y empecé a fotografiar. Pero las fotos resultaron más vacías de lo que yo esperaba. Pensé que de alguna manera la abrumación fue tanta que no había logrado poner nada de mí mismo en el retrato.
Cuatro años después leo una crónica de Paul Theroux sobre su visita a Borges. Era mi visita: la luz suave, la ida a la biblioteca, Kipling, el recital anglosajón. De alguna manera, parece que Borges no hubiera tenido visitas. La gente que venía de afuera solo podía existir para él si formaba parte de su propio mundo interior, el mundo de poetas y sabios que eran su verdadera compañía. La gente de ese mundo sabía más, discutía mejor, tenía más para decirle. La performance no permitía ningún intercambio. Él se había tomado su propio retrato hacía tiempo atrás, y yo sólo pude fotografiar eso.”
– Richard Avedon.

“In 1975 I reached a point in my career when I was not interested in making portraits of people of power and fame. However, there were three men whose work he greatly admired and whose picture I wanted to do: Jorge Luis Borges, Samuel Beckett and Francis Bacon. Their portraits involved three different types of performance: Borges gave a performance infotografiable, Beckett rejected the performance and Bacon gave a perfect performance.
I photograph what I fear most, and Borges was blind.
In flight to Buenos Aires tell me that Borges’s mother, whom I knew he lived all his life, had just died that morning. I assumed the session would be canceled. But he was, as planned, the next afternoon at four o’clock. I arrived at his apartment and found myself in the dark. He sat in a light gray, in a small chair, and pointed with his hand for me to sit beside her. Almost immediately, he said he admired Kipling and asked me to read. “Go to the library and look in from the right seventh book of the second shelf.” I did. I said what I wanted instead listen Kipling poem – “The Harp Song of the Dane Women” – and read it. He joined in some passages. He asked if I knew Anglo. What did I preferred, legend or elegy? Elegy, I ventured. He explained, while preparing his recitation, his mother lay dead in the room next door. His hands clenched in pain just an instant before his death, he said, and then described how he and his servant had drawn each of the fingers of his mother, one by one, until his hands rested on his chest. Then he recited the Anglo-Saxon elegy, his voice rising and falling in the darkroom.
The first time I saw the light, it was my light. Feelings overwhelmed me and started shooting. But the pictures were more empty than I expected. I somehow overwhelm was so much that I had failed to put any of myself in the portrait.
Four years later I read a story by Paul Theroux on his visit to Borges. It was my visit: the soft light, going to the library, Kipling, the Anglo recital. Somehow, it seems that Borges did not have visits. People coming from outside could only exist for him whether it was part of his inner world, the world of poets and wises who were his true companionship. The people of that world knew more, arguing better, had more to say. The performance did not allow any exchange. He had taken his own portrait for a long time ago, and I could only photograph that.”
– Richard Avedon




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