domingo, 10 de febrero de 2013

Las soldaderas

by Gerónimo Hernández



Las "soldaderas" eran mujeres que acompañaban a sus respectivos hombres durante la Revolución Mexicana. Su trabajo consistía básicamente en cocinarles y cuidar de ellos cuando resultaban heridos; también conseguían forraje para los caballos y los alimentaban; se les veía con los niños y los metales entre sus ropas y rebozos. Sucedió que, cuando el hombre de una soldadera moría en batalla, ésta podía elegir a otro, o tomar las armas y el uniforme del difunto para integrarse luego, como "soldada", a la lucha revolucionaria.
Una mujer sin nombre recorre el país en un ferrocarril revolucionario. En ese viaje, mira los horrores cometidos lo mismo por hacendados que por villistas. Va colgada del vagón, viendo para todos lados, llenándose de "pinches recuerdos que sólo le sirven para oxidarse", pero sin entender nada. Tras la muerte de Villa, continúa su viaje hasta llegar al sur, donde se encuentra con Zapata, de cuya imagen y pensamiento queda prendada.
Cuando el revolucionario es asesinado, la mujer acaba por convertirse en una suerte de paria que busca comida en la basura. Se cuestiona el porqué de tantas muertes y la brutal lucha de poder entre los caudillos. Sin embargo, un día se encuentra con Dolores Jiménez y Muro, Julia Nava y Elisa Acuña, ideólogas del zapatismo que reformulan su perspectiva de la Revolución, que nunca fue una sola.
El tren en el que Soldadera viaja se llama Leyes de Indias. Un tren alegórico y fantasmal que alude a las leyes promulgadas por Carlos V, con las que se establecieron dos países en la entonces Nueva España y, posteriormente, dos repúblicas en México: una para las "gentes de razón" y, otra, para la "indiada". A decir de Sabido, ambas viajan en los mismos vagones, "pero sin poder darse la mano ni verse a los ojos".
Soldadera dice que la "gente de razón va a la escuela y aprende letras [...], que se les ve caminando con sus sombreros con plumas y a veces le dan a los indios migajas de pan como limosna". Aquella "gente de razón" explotaba a la "indiada", descalza y con pantalones de manta, ennegrecida por la tierra que cultivaban, y les imponían las famosas tiendas de raya y sus deudas hereditarias. Soldadera dice que Porfirio Díaz era un "indio ladino que se sentía gente de razón".
Soldadera viaja y se recuerda entre fantasmas desperdigados en su memoria, todavía puede verlos con "la cabeza reventada" sobre la tierra o escucharlos contar cómo los patrones cometían abusos, violaciones y ultrajes contra ellos. Se pasea entre los retratos fantasmagóricos de Satilda, Enedina, Sabina, Olivia, Otilio, Remigia, Eduviges... "¿Qué sientes cuando miras para abajo y escuchas pasar el tren?", le pregunta a uno de ellos. Para ella, el infierno está en la Tierra, su viaje a bordo del tren significa "volverse ánima del purgatorio". --Para qué ir al infierno si aquí pagamos todititos nuestros pecados, dice Soldadera. 
Sobre escena, las fotografías y retratos, acompañados por el tono estremecedor en la voz desgarrada de Soldadera, establecen un puente discursivo e icónico entre el personaje y sus recuerdos, provocando así un lazo sentimental y emotivo entre la crónica revolucionaria y el espectador. Los retratos de soldaderas, hacendados y revolucionarios se pasean como espectros pálidos, dando así un rostro humano a la crónica de la revolución. En el fondo, la imagen inamovible de una enorme locomotora, arriba, los grandes retratos de Porfirio Díaz, Victoriano Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Las imágenes van y vienen con el tren, como si el sonido de éste trajera a bordo la memoria adolorida de Soldadera, llevándola del norte para el sur, de la División del Norte, comandada por Francisco Villa, al ejército zapatista de Emiliano Zapata.
Más tarde, vuelve la oscuridad, se apagan las luces y lo único que se escucha es el sonido fantasmal del tren, cada vez más estridente, cada vez más cerca, más hiriente. Y la escena cambia, progresa, el monólogo de Soldadera va del drama a la comedia y viceversa, con una mezcla de ingenuidad e ironía. Cuenta cómo veía a Remigia o Eduviges andar con "los ojos extraviados", cómo la "indiada" se iba con "la bola" por abuso, por vergüenza y sed de venganza.
Para Soldadera, estar "haciendo la revolución" era, como asistir a una fiesta de balas, a "la fiesta de la bola", como dice. Luego, todos se fueron muriendo uno a uno y el tren se fue "endeudando de muertes" y la lucha parecía no tener fin. Pero, los que supuestamente ganaron también eran o se volvieron "gentes de razón", cuenta Soldadera; a fin de cuentas "lo único que tenía la indiada era su propia muerte y se la regaló". "Endiosada revolución", dice con desdén. "¡Se venden revoluciones, quién quiere una, de a cómo paga su revolución! ¡Piérdete, descarrílate, estréllate, pinche tren!", grita Soldadera.

Sobre la obra de teatro Soldadera de Miguel Sabido por Raul Ulises Ontiveros y Christian Gómez


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