lunes, 21 de mayo de 2012

Rima del Anciano Marinero. Grabados de Gustave Dore


Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) fue un destacado poeta, critico y filosofo ingles, junto con William Wordsworth fueron los fundadores del romanticismo en Inglaterra. Quizás su obra más conocida sea esta Rima del anciano marinero un cuento con moraleja al estilo árabe. La edición que se publicó en 1834 contaba con los geniales grabados del ilustrador y grabador francés Gustave Doré (1832-1883).

El Invitado-a-la-Boda teme que un espíritu le esté hablando.
“¡Miedo me das, viejo Marinero!
¡Miedo me da tu mano huesuda!
Y eres largo, y flaco, y marrón,
Como es la ribeteada arena-del-mar.
Pero el viejo Marinero le asegura su vida corporal, y procede a relatar su horrible penitencia.
“Miedo me das, y tu ojo brillante,
Y tu mano huesuda tan marrón.”-
“No temas, no temas, tú, Invitado-de-la-Boda!
Este cuerpo no se cayó.”
“Solo, solo, completamente, solo, solo,
Solo en un ancho, ancho mar!
Y nunca un santo tuvo piedad de
Mi alma en agonía.”
Él desprecia las criaturas de la calma.
“Tales hombres, tan hermosos!
Y todos ellos muertos yacían:
Y miles de miles de cosas pegajosas
Vivían aún, y yo también.
Y envidia el que ellas vivieran, y tantos yacieran muertos.
“Miré sobre el mar podrido
Y aparté mis ojos lejos;
Miré sobre la cubierta podrida
Y allí los hombres muertos yacían.
“Miré al Cielo, y traté de rezar;
Pero cuando una plegaria había surgido,
Un malvado susurro venía, y hacía
Mi corazón tan seco como el polvo.
“Cerré mis párpados, y los mantuve cerrados,
Y los globos como pulsos latían;
Porque el cielo y el mar, y el mar y el cielo,
Eran como una carga en el ojo agotado,
Y los muertos estaban a mis pies.
Pero la maldición vive para él en el ojo de los hombres muertos.
“El sudor frío corría de sus miembros,
Ni se pudrieron ni emanaron olor:
La mirada que ellos posaban en mí
Nunca había de terminar.
“La maldición de un huérfano arrastraría al Infierno
Un espíritu de las alturas;
Pero ¡oh! ¡más horrible que eso
Es la maldición en el ojo de un hombre muerto!
Siete días, siete noches, vi esa maldición,
Y aún yo no podía morir.
En su soledad e inmovilidad el añoraba la Luna viajante, y las estrellas que aún permanecían, aunque todavía más adelante; y en todas partes el cielo azul pertenece a ellas, y es su designado descanso y su país nativo y su propio hogar natural. En el que entran sin anunciarse, como señores que son seguramente esperados, y sin embargo hay un placer silencioso a su llegada.















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